Mademoiselle de Maupin by Théophile Gautier

Mademoiselle de Maupin by Théophile Gautier

autor:Théophile Gautier [Gautier, Théophile]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1835-01-01T05:00:00+00:00


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Mi bella amiga, tenías razón al disuadirme del proyecto que había concebido de ver a los hombres y estudiarlos a fondo antes de entregar mi corazón a alguno de ellos. He extinguido para siempre el amor en mí y hasta la posibilidad de amar.

¡Qué pobres muchachas somos! Educadas con tanto esmero, rodeadas tan virginalmente de un triple muro de precauciones y de reticencias, nosotras, a quienes no se deja oír nada, suponer nada, y cuya principal ciencia es no saber nada, en qué extraños errores vivimos, y qué pérfidas quimeras nos mecen entre sus brazos.

¡Ah, Graciosa! Maldigo mil veces el minuto en que se me ocurrió la idea de travestirme con este disfraz. ¡Qué horrores, infamias y groserías me he visto forzada a presenciar o escuchar! ¡Qué tesoro de casta y preciosa ignorancia he disipado en poco tiempo!

Había un bello claro de luna, ¿te acuerdas? Nos paseábamos juntas por el fondo del jardín, en aquella alameda triste y poco frecuentada, rematada por un lado con la estatua de Fauno tocando la flauta, sin nariz y con el cuerpo enteramente cubierto de un musgo espeso y negruzco, y del otro costado, por una perspectiva simulada, dibujada sobre el muro y medio borrada por la lluvia. A través del follaje de la enramada se veían brillar las estrellas y agrandarse la hoz de plata de la luna. Un aroma de brotes recientes y de plantas nuevas nos llegaba del parterre con el lánguido soplo de una brisa ligera; un pájaro escondido gorjeaba un trino melancólico y singular; nosotras, como verdaderas muchachas, hablábamos de amor, de galanes, de matrimonio, y del apuesto caballero que habíamos visto en misa; poníamos en común las escasas nociones del mundo y de las cosas que podíamos conocer; dábamos cien vueltas a una frase que habíamos oído por casualidad y cuyo significado nos parecía oscuro e incomprensible; nos hacíamos mil preguntas absurdas que solo la más perfecta inocencia puede imaginar. Cuánta poesía primitiva, cuántos despropósitos adorables en aquellas furtivas conversaciones de dos bobaliconas recién salidas del internado.

Tu querías por galán a un joven intrépido y altivo, con bigotes y cabello negros, grandes espuelas, grandes plumas y gran espada; una especie de matamoros enamorado. Estabas plenamente poseída por lo heroico y lo triunfante; solo soñabas con duelos y escaladas, entregas totales y abnegaciones milagrosas; hubieras lanzado gustosa tu guante al foso de los leones para que tu Esplandian fuese a buscarlo. Resulta sumamente cómico recordar a la muchachita rubia y ruborosa que eras entonces, exponiendo de un tirón y con el aire más marcial del mundo tan generosas peroratas.

Aunque yo no tuviese sino seis meses más que tú, era seis años menos novelesca. Una cosa me inquietaba, principalmente. Saber qué se decían los hombres entre sí cuando salían de los salones y los teatros; presentía en su vida muchos aspectos defectuosos y oscuros, velados cuidadosamente a nuestras miradas y que nos importaba mucho conocer; a veces, escondida tras un cortinón, espiaba de lejos a los caballeros que acudían a casa.



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